El vino suele ser como el amor. Nadie sabe que efectos puede causar en cuerpo y alma.
Acercarse a una copa de vino es un ritual que podría estar cargado de sensaciones inimaginables, cuando pensamos en el amor ¿Qué pensamos? ¿Cuáles son nuestras expectativas?...
Quiénes tenemos la dicha de gozar del sentido de la vista, estamos cargados de símbolos y atracción por aquello que podemos mirar, incluso no imaginamos como sería no poder hacerlo, otros somos más cautelosos desarrollamos la pasión de sumergirnos en lo observado, de analizarlo en el proceso. Quizás con la esperanza de mirar las cosas desde otra perspectiva.
Cuéntame... ¿Cuántas veces te han conquistado a primera vista? Aún así la curiosidad nos ataca, sentimos la necesidad de acercarnos más, ese interés por lo desconocido que nos aborda y promete no dejarnos hasta saciar nuestra sed.
En esta etapa entra en juego un sentido capaz de llevarnos al pasado en segundos, causar estragos y hacer de nuestro cuerpo una gran máquina del tiempo. Trasladándonos de un momento a otro sin pedir permiso, su única jefa es la memoria.
Te reto. Busca tu perfume favorito, ese que utilizas en lo que algunos llaman "ocasiones especiales" o el de tu persona favorita.
Cierra los ojos, aspira suavemente realizando movimientos que permitan que su aroma invada tus fosas nasales. ¿Qué tal? ¿Cuántos recuerdos pudiste revivir en segundos?. Recuerdos que te sacuden.
Somos instantes, leí por ahí. La vida no es más que millones de instantes que explorando nuestros sentidos podemos enriquecer.
Tomar una copa de vino es incluso comparable a besar, cierras los ojos, te acercas a la copa y dejas que el vino recorra todos los espacio de tu boca, arropando tus papilas de su dulzura, al mejor estilo de los buenos amantes o amores.
Cada segundo cubrirá tu ser y guardaras registro en la memoria de aquel beso, que jamás tendrá el mismo sabor aún cuando provenga de la misma botella.
Yo te invito a ser infiel a cada botella, solo se dedicarán a llenar tu vida de un instante más.